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¿Quieres saber qué se siente cuando estás sobre un precipicio y la tierra firme da paso a bravíos mares azules? Descúbrelo en alguno de estos cinco destinos

Cinco precipicios que no te puedes perder por nada del mundo

PrecipiciosAcantiladosMoher

Lo acompañó de buena gana a través del pasto desigual hasta el borde del acantilado, donde se escuchaba más fuerte el rugir del viento y se veían las poderosas olas del Atlántico golpeando la roca sin piedad. El agua se estrellaba y se retiraba y, al hacerlo, dejaba docenas de cascadas entre las hendiduras. Las gaviotas chillaban y volaban en círculos una y otra vez, haciéndole eco al estruendo de las olas.

Las Hermanas Concannon, Nora Roberts

Nos acostumbramos a los sonidos cotidianos de los entornos urbanos. El motor de los coches, los estornudos del desconocido del metro, los gritos ensordecedores de los presentadores de los programas de televisión, la alarma en el móvil que indica una notificación de alguna red social…

Resulta prácticamente imposible desvincularnos del entorno que nos rodea, ya que estamos conectados a él 24 horas al día, siete días a la semana. Sin embargo, y aplicando la picaresca (desde otra perspectiva), también podríamos afirmar que nos sucede justo lo contrario.

Desde hace algunos años (décadas en algunos casos) estamos desvinculados del entorno por completo. Esta frase tan solo cobra sentido si cuando hablamos de entorno nos referimos al natural, al inalterado, por el que no ha pisado el hombre o tan sólo en parte.

Ese entorno cubierto de verde en primavera y de marrón o rojizo en otoño. Un entorno en el que todavía es posible escuchar los sonidos de los pájaros piando, el viento meciendo las hojas de los árboles o, como el caso de los titánicos protagonistas de hoy, las olas chocando contra las rocas de los acantilados, como describe de manera poética Nora Roberts.

Nos empeñamos en hacer turismo urbano, cuando el turismo natural es más barato y casi siempre más monumental y gratificante para los pulmones y el alma. Si tienes dudas al respecto, he seleccionado cinco de los destinos naturales por los que he caminado y desde los que he podido observar desde cierta altura lo grande que es nuestro planeta, y lo insignificante que es el ser humano a comparación.

Cinque Terra (Italia)

A corta distancia de la monumental Florencia se encuentra una región en la que deleitarse y reconciliarse con la naturaleza. Un recorrido a pie de un día de duración une cinco pueblos costeros, dando lugar a la bonita Cinque Terra. Si quieres saber más sobre ésta excursión, no te pierdas el artículo que escribí sobre este pulmón italiano.

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Cabo de la Roca (Portugal)

En este caso, a escasos kilómetros de la preciosa ciudad portuguesa de Sintra se encuentra el Cabo de la Roca. Aparte de su singular belleza, vale la pena su visita por ser el punto más occidental de la Europa continental. Lo único necesario es tener algo de paciencia para llegar ya que su acceso, al ser un enclave tan especial, no es precisamente fácil.

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Cabo de Peñas (España)

En España también contamos con cabos espectaculares como es el caso del Cabo de Peñas, situado en el Principado de Asturias. El caminar por las faldas de este precipicio ofrece unas panorámicas preciosas del litoral cantábrico. Además, en la planta baja del faro se encuentra el Centro de recepción de visitantes e interpretación del medio marino de Peñas (MEMAP), un pequeño museo sobre la biodiversidad marina de la zona y la historia de los faros asturianos. Recomendable.

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Las puertas del cielo (España)

Cerca de la localidad ibicenca de Santa Inés (Santa Agnès de Corona) se encuentra uno de los rincones más especiales e increíbles de la isla. Es el mirador natural de Sa Penya Esbarrada, rebautizado como Las puertas del cielo debido a la belleza casi irreal del espectáculo que se puede contemplar desde los acantilados situados en esta área. Disfrutar de al menos un atardecer celestial desde este enclave es de obligado cumplimiento.

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Acantilados de Moher (Irlanda)

Verdes, vertiginosos y grandiosos. Es emocionante visitar por primera vez los acantilados de Moher. Los había visto cientos de veces retratados en fotografías, pero en ellas no se puede apreciar el olor de la hierba, ni el ruido de las olas al chocar contra las escarpadas rocas. Ve a Irlanda, al menos una vez en la vida, y dedica una tarde a este rincón natural que estremece con solo mirarlo. El corazón puede que se encoja pero tu espíritu aventurero vagará libre por unos minutos.

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Si te gusta la naturaleza, y los paisajes en los que la tierra se precipita bruscamente sobre mares infinitos, comparte este post para que más gente pueda disfrutar de estos cinco paisajes dignos de visita y recuerdo.


Hola! Soy Patricia, fácilmente me podrás encontrar de ruta por Noruega, haciendo fotos en Seúl o comiendo paella en Ibiza. He viajado a casi 50 países y tachado de la lista algunas aventuras épicas que siempre quise vivir.

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