Con una humedad insufrible y 32 grados a la sombra, comenzó nuestra tercera jornada por tierras tailandesas. Hoy era el día en el que íbamos a adentrarnos en la ciudad de Bangkok para conocer hasta la última de sus entrañas. Para ello, dirigimos nuestros pasos hacia el centro regio y religioso de la urbe, donde miles de tailandeses acuden a diario para honrar con sus oraciones a las estatuas de Buda que hay dentro del Wat Phra Kaeo, el Wat Pho o el Wat Arun, templos todos ellos donde se practica la religión oficial: el budismo.
Con el fin de entender mejor la mentalidad tailandesa y su ritmo de vida, antes de iniciar el viaje, me documenté en profundidad sobre el budismo, religión seguida por el 95% de la población. Lejos de ser tan sólo una religión que practicar, para un ciudadano tailandés, el budismo es un estilo de vida. Su lema es Sanuk, Sabai y Saduak, que traducido al castellano significa: «sé feliz, permanece sereno, conténtate con aquello que la vida te ofrece”.
A la cabeza de la jerarquía budista en Tailandia se encuentra el rey Bhumibol Adulyadej. En cuanto pisas suelo tailandés, la foto de este señor se puede ver en cientos de rincones repartidos por todo el país. Los ciudadanos sienten tal adoración y devoción por él que cuando llega su cumpleaños, todos se visten de amarillo durante una semana entera.
El tipo de budismo que se practica en suelo thai es el de la escuela Theravada, que hace hincapié en el potencial del individuo para alcanzar el nirvana, el estado puro, la reencarnación, el paso a una vida mejor. Como se supone que el ser un buen practicante te asegura una reencarnación mejor, lo habitual es ver varias docenas de cestas repletas de alimentos a los pies de cada estatua de buda que se visita. Puede que algunas familias no tengan para comer pero nadie les podrá acusar de ser pésimos practicantes del budismo.
Tras el desayuno, salimos a la calle en busca de un tuk-tuk que nos llevara hasta el centro de la ciudad. Que, ¿qué es un tuk-tuk? Son triciclos motorizados, muy divertidos y ruidosos, que sirven para llevar a los turistas de un lado a otro de la ciudad. Después de la foto de su majestad el rey, es lo segundo que más nos vamos a encontrar en Tailandia.
Se cree que tan sólo en Bangkok hay unos 7.500 tuk-tuks y cerca de 40.000 en el resto del país, por lo que su uso está muy generalizado, más incluso que el de los taxis (los tu-tuks suelen tener tarifas más reducidas y son más rápidos realizando trayectos cortos debido al denso tráfico). Lo normal es que dentro de cada tuk-tuk viajen entre dos o tres pasajeros, dependiendo de su tamaño y de si estos llevan o no maletas.
Dado que no existen tarifas estándar, la primera regla de oro cuando uno quiere alquilar los servicios de un tuk-tuk es negociar previamente el precio del trayecto con el tuk-tukero (así lo llamaba yo). Lo ideal, con el fin de no pagar un precio abusivo, es abonar la mitad o dos tercio de lo que nos proponen inicialmente. Es decir, si el tuk-tukero nos pide 150 THB por el trayecto que queremos hacer, el precio que en realidad deberíamos pagar rondaría entre los 75 y los 100 THB.
Esta regla no siempre es 100% fiable ya que existen tuk-tukeros más honrados, que desde el principio proponen precios más ajustados, o todo lo contrario. También hay que desconfiar de los que están dispuestos a acompañarnos durante un día entero por 10 ó 20 THB; si es así, os están intentando timar, como veréis más delante…
Retomando el viaje… tras preguntar a un par de tuk-tukeros (porque antes de elegir uno es fundamental comparar el precio con al menos otro), nos subimos al «triciclo» que nos ofrecía el trayecto más barato y en 15 minutos nos plantamos a escasos 200 metros del recinto del Palacio Real. Sin embargo, hasta que logramos atravesar la puerta de acceso, dos nuevas anécdotas tuvieron lugar.
La primera de ellas se produjo mientras caminábamos tranquilamente por una amplia avenida. En ese momento, un hombre y una mujer se nos acercaron y con una sonrisa en la cara nos ofrecieron comida para alimentar a las numerosas palomas que campaban a sus anchas a nuestro lado. Nosotras rechazamos el ofrecimiento amablemente y fue entonces cuando comenzaron a acosarnos y perseguirnos para que les compráramos un puñado de pipas.
Tras casi un minuto de persecución, la mujer me arrojó un montón de comida sobre la mano y acto seguido comenzó a pedirme insistentemente que le pagáramos las pipas que ella misma había derramado en el suelo. Entre gritos y alboroto, seguimos avanzando impasibles…. a saber qué cosas tan bonitas nos estarían diciendo.
Minutos más tarde, nos encontrábamos justo delante de la puerta de acceso al recinto real y, de repente, un sonriente individuo nos interrumpió el paso y empezó a entablar conversación con nosotras. Nos preguntó de dónde éramos y hacia dónde nos dirigíamos. Evidentemente, le contestamos que íbamos a entrar al Palacio Real, que estaba justo delante de nosotras, y fue entonces cuando nos dijo que, desafortunadamente, ese día estaba cerrado. Por fortuna, ya había leído que este tipo de timos son muy habituales en Tailandia por lo que educadamente rechazamos el ofrecimiento del hombre, que nos proponía visitar otras atracciones que según él sí que se encontraban abiertas (y en las que él se llevaba una buena comisión por llevar a turistas), y accedimos a las dependencias reales.
Moraleja: Cuidadín con la sonrisa tailandesa que tras ella se ocultan timadores profesionales.
A pesar de que habíamos madrugado para entrar de las primeras a ver la joya de la corona, en el interior ya nos esperaba un buen número de turistas, cámara en mano, y un sol de justicia que no daba tregua. El recinto abre sus puertas al público de 8:30 a 15:30 horas, por lo que conviene levantarse pronto para evitar las aglomeraciones y el sofocante calor que siempre suele hacer a media mañana en la capital tailandesa.
Para poder acceder al recinto hay que estar vestido de manera adecuada (con camiseta de manga larga, pantalones hasta los tobillos y zapatos cerrados) o, de lo contrario, se tendrá que alquilar o comprar in situ alguna prenda más decorosa con la cual sí que se nos permitirá el paso. Este dato hay que tenerlo muy en cuenta cuando se hace turismo por este país porque esta es la tónica habitual para poder acceder a cualquier templo. El ticket de entrada cuesta 350 THB (precio 2010) e incluye las visitas del Wat Phra Kaew, el Gran Palacio Real (en el mismo recinto) y la Mansión Vimanmek.
En 1782, el general de origen chino y autoproclamado rey de Siam, Phra Chao Tak, trasladó la capital de Thon Buri a Bangkok y mandó construir el Gran Palacio para que actuase como residencia de los altos mandatarios. Hoy en día, el Palacio Real es lugar de peregrinación para todos los budistas ya que dentro del recinto real se encuentra el Wat Phra Kaeo o, traducido al castellano, Templo de Buda Esmeralda.
Esta pequeña-gran reliquia, imposible de fotografiar, es el templo budista más importante de Tailandia. Esto es debido a que en el interior del templo se encuentra la estatua del llamado Buda Esmeralda. Una imagen de color verde oscuro, con más de dos pies de altura, realizada en jade. Nadie puede acercarse a la estatua, salvo el rey tailandés.
Dentro del recinto del Gran Palacio también se encuentra el pabellón de Decoraciones Reales Tailandesas y Monedas con una exposición permanente de gáleas reales, decoraciones, medallas y monedas.
Bajo un sol abrasador, salimos del recinto real y dirigimos nuestros pasos hasta el siguiente punto marcado en el itinerario del día: el Wat Pho. El también llamado Templo del Buda Reclinado está sitiado al lado del conjunto del Gran Palacio. Su mayor atractivo es la representación de Buda que hay en su interior: el mayor Buda yacente de toda Tailandia con un total de 46 metros de largo por 15 de alto.
La imagen se encuentra recostada sobre un lado y está cubierta por pan de oro e incrustaciones de madreperla. El mayor atractivo de la estatua son los exquisitos pies, con las plantas decoradas con marcas de nácar que representan figuras sagradas. A parte, la estatua muestra otras características dignas de mención como: el moño o usanisha, que simboliza la sabiduría que le llevó a la iluminación; los lóbulos alargados de las orejas, que recuerdan las joyas que lucía cuando era el príncipe Siddharta Gautama, o la marca en la frente, que nos habla de su gran intuición. Además, en el budismo se dice que la postura reclinada es la que precede al estado de nirvana.
Como curiosidad añadir que a los pies de buda se lleva a cabo un importante ritual. A lo largo del pasillo que finaliza en la puerta de salida del templo hay ordenados en fila un total de 40 cuencos negros en los que los ciudadanos tailandeses arrojan una moneda sagrada (fuera del curso legal) dentro de cada uno. Es muy curioso de ver y hacer, siempre y cuando se consigan las monedas «especiales».
Aparte del Buda Reclinado, el Wat Pho alberga la primera escuela de educación pública y un importante centro donde se practica el masaje tradicional Tailandés. Se puede visitar de 8:00 a 17:00 horas y el ticket de entrada cuesta 50 THB (precio 2010). Como ya ocurría en el Gran Palacio, es obligatorio vestir de manera adecuada.
Tras un exhaustivo recorrido por todo el recinto en el que estuvimos rodeadas por chedis, estatuas y templos de pequeñas dimensiones, salimos del Wat Pho y realizamos una breve parada para comer en un puesto callejero unos deliciosos rollitos (10 THB la unidad) que me supieron a gloria. Después, retomamos el paseo por el centro de la ciudad, esta vez en dirección al muelle nº 9 desde donde se coge una barca que cruza el Río Chao Phraya (3 THB persona/trayecto). Nuestro destino era el tercero de los templos más importantes de todo Bangkok: el Wat Arun.
El Wat Arun o Templo del Amanecer es una visita que nada tiene que ver con las anteriores ya que su principal reclamo es su pagoda central (Phra prang) de estilo khmer que mide nada menos que 86 metros de altura y a la que se puede subir mediante unos pronunciados escalones (desde los que estoy segura que más de uno y de dos y de tres pobres viajeros se han precipitado al vacío).
Desde lo alto, las vistas que se obtienen del río y del centro de la urbe son sencillamente preciosas y diferentes a las que se observan desde abajo. Por tanto, bien vale la pena pagar los 50 THB de entrada y disfrutar de una panorámica única de la ciudad. Además, a los pies de las pagodas se puede observar el trasiego constante de monjes vestidos con las túnicas de color azafrán, que pasean de un lado para otro, deleitándonos con la idea de descubrir y profundizar en una nueva religión y forma de vivir.
Una vez finalizada nuestra visita al Wat Arun, caminamos hasta llegar al embarcadero donde nos había dejado el ferry un par de horas antes y allí mismo nos ofrecieron una excursión en barca por los canales de hora y media de duración. Tras una férrea negociación, conseguimos acordar un buen precio (200 THB por persona) y nos subimos a la barcaza en compañía de una pareja de alemanes que se pusieron en los asientos traseros.
El paseo por los canales lo recomiendo encarecidamente ya que ofrece una perspectiva totalmente distinta de Bangkok. La ciudad de los templos y de los altos rascacielos se hace a un lado para mostrar su cara más humilde. A lo largo de 90 minutos pudimos ver cómo es el día a día de la gente que vive en los canales, con casas levantadas sobre vigas de madera, un tendido eléctrico que apenas se sostiene al ras del agua y donde la gente hace la compra del día desde una barca. Sin duda, un recorrido con un sabor especial en el que poder descubrir la otra realidad de esta gran ciudad.
Sobre las 6 de la tarde volvimos a pisar tierra firme tras nuestro encantador trayecto en barca y decidimos poner rumbo a la emblemática calle de Khaosan Road. Después, cuando callera el sol habíamos planeado ir a Chinatown y seguir disfrutando de la noche en uno de los barrios más peculiares y animados de la capital pero… de nuevo apareció la sonrisa tailandesa y todos nuestros planes se fueron al traste.
Un tailandés con una sonrisa de oreja a oreja nos paró por la calle y con un correcto inglés nos saludó y entabló conversación con nosotras. Tras varios minutos de agradable charla en la que departimos sobre nuestras primeras impresiones del país, la gente, la cultura… el hombrecillo (y lo digo en diminutivo por su escasa estatura) nos preguntó hacia dónde nos dirigíamos. Nosotras le contamos cuales eran nuestros planes, a lo que él contestó que Khaosan Road es mejor verlo de noche y que Chinatown no tiene nada que ver y que estaba muy lejos de donde nos encontrábamos.
A nosotras se nos quedó cara de no saber bien qué pensar y hacer y fue entonces cuando nos sugirió un plan alternativo: visitar al denominado Big Buddha (Wat Indraviharn), un templo con una estatua de buda de 32 metros de altura y, luego, acudir a una tienda de ropa con fantásticas imitaciones de las mejores marcas. Después podríamos ir a Khaosan Road, que para entonces ya sería de noche.
De repente, apareció de la nada un tuk-tukero que se paró justo a nuestro lado y comenzó a hablar en thai con nuestro «nuevo amigo». Tras unos cuantos segundos, el hombrecillo nos dijo que ya estaba todo listo. Comentó que había conseguido un tuk-tuk que nos iba a acompañar y esperar en la puerta de cada sitio en el que entrásemos hasta llegar a Khaosan Road por el módico precio de 20 THB.
A nosotras, claro está, se nos quedaron los ojos como platos de la capacidad de negociación de nuestro «nuevo amigo» y decidimos aceptar el trato que nos ofrecía, con la condición de saltarnos la visita a la tienda de ropa (luego… ¿de dónde sacarían pasta con nosotras?). Minutos más tarde, ya estábamos delante del Big Buddha… nos miramos la una a lo otra y exclamamos: «¡Vaya timada!». A mi parecer, la estatua no tiene ningún encanto y la visita es absolutamente prescindible.
De vuelta al tuk-tuk y camino de Khaosan Road nos detuvimos sin motivo aparente y el tuk-tukero, que chapurreaba muy mal el inglés, nos señaló una agencia de viajes que había justo enfrente y dijo: «Coming». Nosotras le intentamos explicar que ese no era el trato y que no queríamos pasar, pero el tuk-tukero afirmaba no entender nada de lo que le decíamos e insistía en que entráramos en el establecimiento.
Para no prorrogar mucho esa situación, finalmente entramos en la tienda y tras más de dos horas de charla con nuestra «nueva amiga» Pochie, accedimos a comprar un paquete con varias excursiones por el norte de Tailandia y el alojamiento de los días de playa que íbamos a pasar al sur del país. Por tanto, ¡timada al canto!
Bueno, en realidad, y en honor a la verdad, la cosa no nos salió tan mal como parece. Mirándolo por otro lado…en un par de horas habíamos reservado todos los transportes, hoteles y excursiones que nos quedaban por hacer en Tailandia a un precio competitivo, y digo esto porque antes de iniciar el viaje me había documentado sobre lo que costaba cada excursión que queríamos hacer.
Por tanto, y aunque pagáramos un poquito más por cada reserva que habíamos hecho, que de haberla hecho in situ, sí es cierto que nos ahorramos una barbaridad de tiempo y esfuerzo que de otra manera tuviésemos que haber empleado en estos menesteres.
Como terminamos tan tarde y al día siguiente teníamos la primera de la excursiones que habíamos reservado esa misma tarde a Ayutthaya, decimos volver al hotel, descansar y prepararnos porque a la mañana siguiente nos recogía un minibús a las 6:30 horas. ¿Quién dijo vacaciones?
Hola! Soy Patricia, fácilmente me podrás encontrar de ruta por Noruega, haciendo fotos en Seúl o comiendo paella en Ibiza. He viajado a casi 50 países y tachado de la lista algunas aventuras épicas que siempre quise vivir.
Las vacaciones son los trabajos de los viajeros, a sufrir!!!!
Saludos viajeros
Qué razón tienes!!! Y nuestros blogs demuestran que nos encanta trabajar y echar horas extra 😉
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