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El pico más famoso de Connemara, al oeste de Irlanda, es el Diamond Hill. Su ascensión es un placer siempre y cuando no sientas que estás a punto de perecer

El día que subí el Diamond Hill y casi salgo volando

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Irlanda, tierra de leyendas, verdes praderas, buena gente e inagotable fuente de inspiración para la enigmática Nora Roberts. ¿Quién iba a presagiar que todo podría haber terminado a causa de una terrible ventolera? Supongo que nadie, y por fortuna no fue así. Pero no te miento si te digo que ese día sentí miedo. Miedo de verdad.

En aquella mañana de mayo, dar un paso al frente en lo alto del Diamond Hill se convirtió en toda una heroicidad. El viento era tan fuerte que el único instante en el que me sentía algo más segura a 445 metros de altura era cuando mis dos pies y mis dos manos estaban aferrados con fuerza a la escarpada montaña.

Quizá te haya sucedido algo parecido y sepas a qué me refiero. Para mí era una sensación familiar. Cuando sientes que todo se tuerce, cuando la situación crees que te está superando y no sabes muy bien qué hacer ni cómo actuar para salir airoso de ella. El corazón se acelera y piensas: ¿Qué narices hago yo aquí?

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Cuando te salta la fijación del esquí bajando un fuera de pista entre pedruscos, cuando estás dentro de un coche en compañía de un estafador, cuando casi pierdes el conocimiento por comer carne en mal estado, a pesar de su asqueroso aspecto, por sentirte hambriento…

¿Quién me mandará complicarme la vida?

Entonces te imaginas en el sofá de tu casa, café en mano viendo plácidamente una película de serie B.

Sin embargo, si la vida fuera lineal, sin picos de felicidad y tristeza, adrenalina y tranquilidad… ¿como podríamos apreciar los diferentes estados de ánimo?

Objetivo: subir al Diamond Hill

El Diamond Hill (la Colina Diamante) era nuestro propósito del día. La ascensión hasta su cresta es una de las caminatas más habituales entre los visitantes del Parque Nacional de Connemara, uno de los seis que hay en Irlanda. El trekking tan sólo tiene siete kilómetros de longitud pero a mí me pareció una media maratón.

Justo antes habíamos visitado la espectacular Abadía de Kylemore. Un antiguo palacio reconvertido en convento benedictino. Atmósfera sosegada, calma absoluta. Tan sólo el irreverente verde de la Irlanda perenne mantenía alerta nuestros sentidos.

Minutos más tardes dirigimos nuestros pasos hacia el cercano Centro de visitantes del Parque Nacional de Connemara. Es ahí donde nos informaron de los tres recorridos circulares que hay para visitar la zona, todos ellos sin aparente dificultad. Uniendo el recorrido azul y el rojo se puede coronar el famoso Diamond Hill en poco más de una hora, ¡pan comido! (pensé).

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El camino empieza en un entorno propio de la Irlanda rural. Con un terreno ligeramente ondulado, cubierto de una vegetación de color verde y con alguna vaca que otra amenizando el paisaje. Pero a medida que se avanza en dirección al Diamond Hill, el paisaje se transforma paulatinamente.

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El recorrido se realiza por senderos de grava y pasarelas de madera que facilitan el tránsito sobre el terreno pantanoso. El paisaje típico de la campiña irlandesa comienza a ser mucho más austero y pelado.

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El Lower Diamond Hill Walk llega a su término y hay que decidir si continuar la ascensión o retornar por el camino de vuelta. Ya no hay pasarelas de madera. Éstas son sustituida por escaleras de piedra que llevan hasta lo alto de la colina, sin aparente dificultad.<

Lo teníamos claro: ¡Vamos a subir a pesar del viento!, que comenzaba a ser molesto.

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Durante toda la ascensión las vistas hacia la zona costera, Inishturk, Inishbofin o Inishshark, son realmente impresionantes. Y ensimismados continuamos subiendo, pasito a pasito, escalón escalón, metro a metro, hasta que nos situamos a escasos 50 metros de desnivel para coronar la cresta del Diamond Hill. Para entonces, el viento ya impedía caminar con facilidad pero distaba mucho de ser una situación alarmante. Es por ello que decidimos reducir distancias y recorrer los últimos metros que separaban nuestra vista de la cresta en la que otros senderistas ya se encontraban.

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A medida que recortábamos distancia, la intensidad del viento crecía mas y más… llegó un momento en el que ni siquiera nos escuchábamos cuando nos hablábamos, mis gafas de sol a punto estuvieron de salir volando y el audio de las grabaciones de vídeo es un continuo ruido ensordecedor (Sí, inexplicablemente en esos momentos una continúa con ganas de hacer fotos y grabar vídeos ._0).

Nunca me sentí tan liviana. Mis 55 kilos no parecían suficientes como para anclarme al terreno y seguir respirando con celeridad.

Desde lo alto del Diamond Hill las vistas de los doce picos de cuarcita que conforman los Twelve Bens son espectaculares. Pero lo cierto es que no pude disfrutarlas demasiado ya que tuve que monopolizar todos mis sentidos en mantener el equilibrio sobre esa colina.

Los cinco o seis senderistas con los que nos encontramos en las alturas nos aconsejaron encarecidamente no descender la colina por la otra vertiente ya que ésta estaba siendo azotada por el viento con más intensidad si cabe.

Como no queríamos morir jóvenes, con absoluta precaución, regresamos por donde habíamos venido con un sabor agridulce, y con más miedo que vergüenza.

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Vistas desde lo alto de la Abadía de Kylemore

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Y aquí estoy, delante de la pantalla del ordenador escribiendo sobre esta experiencia que, con tan sólo recordarla, hace que aumenten mis pulsaciones.

Hoy en día tengo ganas de volver al Diamond Hill para poder completar el recorrido circular y disfrutar de sus espectaculares vistas sin que el viento me lo impida. Aunque, pensándolo bien, de no haber sido por el viento, tal vez hoy estaría hablando de otro rincón de este mundo.

Cada experiencia que hemos vivido es una pieza más del puzzle en el que nos hemos convertido. Pero por suerte, tu puzzle y el mío van sumando piezas constantemente. Hacer un puzzle de 10.000 piezas es mucho más interesante que hacer uno de 1.000, ¿no crees?

Para terminar, ya sabes, si te ha gustado mi relato de la accidentada ascensión al Diamond Hill, no dudes en compartirlo en Facebook, Twitter o Google+. Yo te estaré muy agradecida 🙂


Hola! Soy Patricia, fácilmente me podrás encontrar de ruta por Noruega, haciendo fotos en Seúl o comiendo paella en Ibiza. He viajado a casi 50 países y tachado de la lista algunas aventuras épicas que siempre quise vivir.

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2 Responses
  1. Yihan Zendah Martinez

    Nosotros tuvimos una jornada parecida a la tuya, al menos pudiste ver algo porque nosotros casi no llegamos a vernos ni a nosotros mismos, y seguro que llevabas zapatillas adecuadas y no unas nike casual ajajajaj. Bajando nos cayó una lluvia de locos, volvimos empapados al coche después de llovernos una hora y no llevábamos ni chubasqueros y el paraguas era inútil con el viento que hacía, pero bueno, siempre lo recordaré como una experiencia más, algo arriesgada pero finalizada con éxito ajajajajajajaj

    1. Yihan, contado así parece peor que salir volando :0
      Es una pena que no pudieraís disfrutar del paisaje porque como ves en las fotos, es verdaderamente bonito! Aunque lo disfruto más ahora, cuando veo las fotos 😀
      La verdad es que la lluvia puede ser más molesta y peligrosa que el viento. Pero si juntamos los dos factores… apaga y vámonos!!
      El año pasado en Noruega, mientras hacíamos la ruta al Kjerag (la piedra colgante de Noruega) empezó a llover, apareció una niebla espesa y casi no veíamos ni lo que había a 2 metros de distancia. Casi sufro hipotermia y no sé ni cómo pudimos regresar a la furgoneta! Definitivamente, hay que tener MUCHO cuidado cuando se va a andar por el campo y, sobre todo, mirar el pronóstico del tiempo!
      Gracias por comentar! Me alegra que hayamos sobrevivido y nos podamos leer después de todo 😉 Abrazotes!

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