Para los amantes de la historia, por fortuna, más allá de los libros existen otras formas de viajar siglos atrás y conocer una realidad bien distinta a la de nuestros días. Para mí, la manera más evidente e inspiradora que existe es a través de las obras arquitectónicas. Recorrer las mismas calles por las que pasearon en su día emperadores romanos, artistas del renacimiento o poetas del romanticismo es la mejor sugestión para recrear en mi mente como era su mundo de entonces, a través de lo que hoy en día ven mis ojos.
De nuevo, por fortuna, existen numerosos lugares en la faz de la tierra que inicialmente fueron intervenidos por el hombre y que se mantienen prácticamente intactos desde entonces… cada vez menos, pero los hay. El post de hoy habla precisamente a cerca de tres pueblos medievales que apenas han sufrido modificaciones desde que se construyeran sus murallas milenarias, sus calles adoquinadas y sus torres de defensa, o al menos no han perdido la esencia con la que nacieron. Su nombre: Volterra, San Gimignano y Monteriggioni, todos ellos ubicados dentro de la región italiana de la Toscana.
Caminar por cualquiera de los tres implica respirar historia por los cuatro costados, no dejando margen a la imaginación. La arquitectura es esplícita y en apacible silencio nos cuenta la historia de los que allí vivieron siglos atrás y dieron forma a estas tres joyas conservadas casi como diamantes en bruto.
Desde Pisa, ciudad en la que nos encontrábamos, cogimos el coche de alquiler y dirigimos nuestros pasos hacia la primera parada del día camino de Siena: Volterra. En una hora llegamos a este pueblo amurallado que suele ser el gran damnificado en los itinerarios por falta de tiempo en favor de su exuberante vecino, San Gimignano, situado a tan sólo 30 km de distancia. Pero lo cierto es que no tiene mucho que envidiarle.
Situada en lo alto de una colina sobre el valle del río Cecina, Volterra cuenta con la ventaja de ser un lugar en el que el poder caminar sin tropezarte, ya que el número de turistas que la visitan es significativamente inferior al de San Gimignano. Además, el casco antiguo está cerrado al tráfico rodado, lo cual se agradece.
Históricamente fue centro de la región de Etruria y es por ello que entre sus atracciones se encuentra el museo de arte etrusco más importante conocido. Aparte de dicho museo, cuenta con una muralla del siglo XII, un bonito teatro romano, el Palazzo dei Priori (en el centro de la localidad) desde el cual se puede obtener una vista panorámica, y numerosas mansiones y palacios señoriales que pueden ser visitados, como es el caso del interesante Palacio Viti, en el que además te ofrecen una pequeña degustación gratuita de productos típicos de la zona.
Tras un recorrido de dos o tres horas caminando por un casco antiguo impecablemente conservado, nos subimos de nuevo en el coche, esta vez con la intención de llegar a San Gimignano a la hora de comer. Sin embargo, el paisaje que nos encontramos de camino nos hizo parar en repetidas ocasiones…
La denominada Nueva York de la Toscana, debido a las catorce torres que aún conserva de las 72 originarias, es un verdadero skyline medieval. Estas fueron edificadas siglos atrás por las familias nobles para demostrar su poder y liderazgo y, gracias a ello, fue dando forma a un bonito pueblo amurallado de piedra. Debido a su situación, a medio camino entre Florencia y Siena, suele ser una visita habitual en los itinerarios por la Toscana, lo que ha provocado la presencia de una gran cantidad de turistas durante cualquier época del año (lo cual, a mi parecer, le resta parte de su atractivo).
San Gimignano fue nombrado Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO en 1990 gracias al perfecto estado de conservación de su casco histórico construido en época medieval. Quizá, el enclave más emblemático de esta localidad sea la Plaza de la Cisterna, donde se encuentra actualmente dos de las heladerías más famosas y premiadas del mundo, por lo que es prohibitivo irse de allí sin degustar al menos uno de sus deliciosos helados.
Otro punto turístico importante es la Plaza de la Catedral, donde se encuentra la famosa Colegiata de San Gimignano. Una joya para todos los amantes del arte gracias a los maravillosos frescos que hay en su interior, los cuales ilustran el antiguo y nuevo testamento. Sin embargo, con el simple hecho de caminar por sus dos arterias principales, Via San Giovanni y Via San Matteo, descubriremos el por qué del encanto de este pueblo.
A pesar de ser las dos calles en las que se concentran el mayor número de visitantes, también es por donde se debe pasear con cierta parsimonia, mirando a uno y otro lado para contemplar los delicados escaparates de tiendas de recuerdos, que normalmente venden artículos o productos típicos de la zona, elaborados todos ellos de manera artesanal.
En la Toscana, a parte de conocer pueblecillos, ciudades y paisajes con encanto, también se puede y se debe hacer todo lo posible por disfrutar de los manjares que se producen en esta región. Quedarse con las ganas es un delito.
A 32 km de distancia de San Gimignano se encuentra otro pueblecito encantador, heredero a pies juntillas de la arquitectura medieval de la zona. Este es el caso de Monteriggioni, un precioso municipio situado en lo alto de una colina y fácilmente divisible a kilómetros de distancia por la peculiar forma de su muralla circular, la cual encierra en su interior un conjunto de edificaciones construidas todas ellas a lo largo del siglo XIII.
La plaza principal, llamada Plaza Roma, junto a su pequeña iglesia románica conforman un rincón encantador en el que pasar un par de horas con la única preocupación de hacer un alto en el camino, relajarse y pasear por calles empedradas.
Seguramente si visitáis la zona o alguno de los pueblos de los que os he hablado, veréis algún que otro letrero que habla sobre la llamada Via Francigena. Esta atraviesa Monteriggioni y San Gimignano y era un camino de 2.000 km de longitud que durante la época medieval se constituyó como una importante ruta de peregrinación a Roma, al estilo del Camino de Santiago en España. Esta Vía partía de la localidad inglesa de Canterbury, atravesaba Francia, Suiza, y ponía su punto y final en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano. Seguro que a día de hoy esta ruta sigue conservando intacto su atractivo.
Con esta minidegustación de un vino blanco y algo de embutido de la zona me despido hasta mi próximo post, que tendrá como destino Siena. Nuestra próxima parada en el itinerario. ¡Buen fin de semana, viajeros!
Hola! Soy Patricia, fácilmente me podrás encontrar de ruta por Noruega, haciendo fotos en Seúl o comiendo paella en Ibiza. He viajado a casi 50 países y tachado de la lista algunas aventuras épicas que siempre quise vivir.
[…] primer paseo mañanero por Siena. Al igual que sucediese el día anterior durante nuestra visita a San Gimingnano, Volterrra o Monteriggioni, el alma del medievo, labrado a base de piedra y forjado en acero, deja una huella indeleble en […]