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Relato de una noche en la que, sin planearlo, terminamos durmiendo en la casa de nuestro taxista filipino. El resto de la historia es para leerla…

La noche que dormimos en casa del taxista filipino

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Madrugada en Manila. Nuestro avión acaba de aterrizar en la capital del país procedente de la paradisíaca isla de Palawan. Una vez más, vuelta al caos, tráfico y bullicio. Por la hora que marca nuestro reloj, deberíamos ser cautos y buscar cuanto antes un hotel para dormir lo más cerca del aeropuerto, ya que Manila tiene fama de ser una ciudad muy insegura para los viajeros fuera de las rutas turísticas, y más aún a horas intempestivas.

Preguntamos en cuatro o cinco hoteles de las inmediaciones y todos nos dan precios que superan el doble de nuestro presupuesto. A pocas horas para abandonar el país en dirección a Tailandia, los pesos filipinos escasean en nuestra billetera y en la cuenta corriente, por lo que hay que buscar otra opción más económica. Una fila de taxis se despliega ante nosotros y rápidamente un hombre se acerca a hablar y a ofrecernos sus servicios.

Es un chico joven que ha empezado en este negocio hace un mes escaso. Parece nervioso. Le pedimos que, por favor, nos lleve a los hoteles cercanos más baratos que conozca y fijamos una tarifa por el trayecto. Se compromete a hacerlo y a no subir el precio del viaje en taxi, aún teniendo que parar en varios alojamientos. ¡Hay trato! El reloj, por su parte, sigue sumando minutos…

Transcurrida una media hora, los intentos por encontrar un alojamiento económico han sido infructuosos. Todos los hoteles en los que hemos parado están llenos o son caros… ¿alguna otra alternativa? puede…

A la desesperada, y dada nuestra experiencia positiva haciendo couchsurfing, le ofrecemos al taxista que nos aloje en su propia casa por un precio algo inferior al que teníamos pensado pagar por la habitación de hotel. Miro el reloj: tres de la mañana y sumando. Después le miro a él: sonríe, dice palabras en filipino y, finalmente, acepta. Reconoce que nunca le habían pedido nada así pero le parece divertido (y  una manera nueva de ganarse algo de dinero extra).

Arrancamos en dirección a su casa y media hora después parece que hemos llegado. Todo está oscuro pero sin duda nos encontramos en un barrio humilde. Las viviendas se agolpan unas al lado de las otras. Para llegar hasta la casa de nuestro simpático taxista, tenemos que caminar por un estrecho pasadizo que más bien parece un laberinto. En fila india andamos en mitad de la oscuridad durante un par de minutos. De pronto, la marcha se detiene, hemos llegado.

Con cierto sigilo, los tres nos metemos dentro de la vivienda y aterrizamos directamente en el pequeño salón-cocina. Encontramos a la novia de nuestro querido taxista durmiendo en un colchón tirado en el suelo, rodeado por unas cortinas para darle algo de intimidad.

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¡ZAS! Menuda bofetada… seguro que a nuestro amigo se le han quitado las ganas de traer a más extraños en mitad de la noche. Parece que a la novia no le agrada nuestra presencia pero a pesar de todo nos mira, sonríe y con increíble diligencia cambia la sábana del colchón en el que dormía y nos invita a meternos dentro. ¿Deducimos que vamos a dormir en su «cama»? ¿en serio?…

Sin saber muy bien cómo actuar, ya que no esperábamos que fuéramos a «quitarle» la cama al pobre hombre y su novia, decidimos aceptar porque tampoco tenemos muchas más alternativas. Al menos no a esas horas. Acto seguido, la pareja desaparece mientras sube las escaleras a un piso superior y parece que al fin ha llegado el momento de dormir o de intentarlo, al menos.

Abro los ojos. La luz del sol se filtra entre las cortinas de esa «cama» improvisada en mitad del salón y siento como una mirada extraña se cuela entremedias de las telas. No sé quién está al otro lado pero no soy la única que está despierta. Con timidez, decido apartar el trozo de tela y descubro a un total de tres personas mirándome como si fuera una extraterrestre. Desde luego, ya es imposible volverse a dormir.

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Una de las hermanas que nos observaba desde la escalera

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Una niña que pasaba por la calle

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Otro vecino que se paró para saludar…

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Otros dos amigos del taxista que desayunaron con nosotros

El taxista nos presenta a sus tres hermanas que dormían en el piso superior y sin más dilación comienzan a hacernos el desayuno. ¿Qué hora será? ¿las 12?, ¿las 13?… espero haber dormido unas 5 ó 6 horas, aunque mi encuentro bastante cansada. ¡No puede ser! el reloj marca las 6. ¿Hemos dormido una hora y media? Exacto.

Finalmente, y tras un sabroso desayuno cortesía de la casa, sobre las 8 de la mañana recogemos los bártulos y nos ponemos a caminar en dirección al centro de la ciudad. ¿Cuándo volveremos a vivir experiencias similares a la de esta noche? espero que pronto…

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Hola! Soy Patricia, fácilmente me podrás encontrar de ruta por Noruega, haciendo fotos en Seúl o comiendo paella en Ibiza. He viajado a casi 50 países y tachado de la lista algunas aventuras épicas que siempre quise vivir.

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4 Responses
  1. Lila Salvaje

    Jajajajaja… desde luego, si lo que queríais era intimidad, no era el mejor sitio.. Saludos de otra viajera empedernida!

    1. Lila! Por suerte tener algo de intimidad no entraba dentro de nuestras exigencias o prioridades ;p
      Sin duda fue una experiencia para el recuerdo! Seguro que tú también tienes varias que contar 😉
      Un abrazo viajero!!!

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