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Una de las razones por la que viajo es porque a veces vivo experiencias tan auténticas como la que me sucedió mientras visitaba el Primer cementerio griego

El día que estuve en un cementerio griego

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Eran las 17:30 horas y sabía que en poco más de media hora el sol se escondería tras la colina de la Acrópolis para dar paso a una nueva noche invernal en Atenas, esa ciudad que estaba descubriendo sin prisa y sin pausa desde hacía una semana.

A pesar de poder regresar al día siguiente para ver el cementerio con más calma, ya que mi visita a la ciudad se extendería por un total de 15 días, sabía que me encontraba a apenas 200 metros de distancia de mi destino. Además, algo me decía que era el momento idóneo para visitarlo.

La visión del Estadio Panatinaico, tan inmaculado, tan perfecto y tan ordenado (más aún si lo comparamos con los Propileos de la Acrópolis) era el prólogo perfecto a una visita con tintes melancólicos: la del Cementerio Municipal de Atenas. En cierto modo, me entristece acudir a un cementerio, sea cual sea, ya que me recuerda a todas aquellas personas que quiero y que ya no están entre nosotros. Así que acompañada por mi melancolía y guiada por un mapa de la zona, tras dar un par de vueltas en balde logré encontrar la puerta de entrada al que es considerado el primer y más antiguo cementerio de la ciudad.

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Puede parecer un poco macabro visitar un sitio de esta naturaleza (a pesar de que últimamente está muy de moda) pero cuando varias personas que viven en la ciudad te lo recomiendan, alguna razón tiene que haber… y la había. Pero más que por el cementerio en sí, por lo que me pasó allí.

En el Cementerio Municipal de Atenas reposan los restos de muchas de las personalidades más importantes de la Grecia contemporánea. Ejemplo de ello es el famoso cantante Demis Roussos, quien murió hace apenas dos semanas y fue enterrado en este mismo lugar, junto a otros artistas, políticos y científicos de renombre.

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En este museo funerario es posible asombrarse con auténticas obras de arte en forma de lápida, esculpidas en mármol. Para ello solo hay que caminar por cualquier de los numerosos pasillos que lo componen y, con suerte, esperar a que alguien te hable, como fue mi caso. Y cuando digo alguien no me refiero a escuchar voces del más allá… experiencia que desde luego también valdría la pena ser contada. Me refiero al caso de un hombre griego que en cuento me vio con la cámara en la mano me pidió que le acompañara hasta la lápida del líder político al que admiraba desde que siempre para que tomara unas fotos suyas junto a la tumba de dicha personalidad.

No sé si alguna vez te han pedido fotos por la calle para que luego se las envíes por mail, pero a mí me ocurre con muchísima frecuencia…

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El dueño de la tumba en cuestión es Alexandros Panagoulis. Un político y poeta griego que participó de manera activa en la lucha contra la Dictadura de los coroneles, entre los años 1967-1974. Panagoulis se ha convertido en una especia de héroe nacional por su intento de asesinar al dictador Georgios Papadopoulos, el 13 de agosto de 1968, y por haber sido sometido a numerosas torturas durante su detención. Es por ello que su figura representa los valores de la democracia frente a la opresión.

Koliva, la comida ritual

Tras hacer las fotos de rigor, continué mi paseo por el cementerio, admirando los brillantes trabajos escultóricos que se erigían a mi alrededor. Mientras caminaba entre panteones y lápidas más austeras, una familia griega se dirigió a mí en inglés. Se presentaron y me dijeron que habían ido a visitar la tumba de un familiar que había sido enterrado en el cementerio. Para mí sorpresa, de repente sacaron una tartera que llevaban dentro de una bolsa y sirvieron un poco del contenido en un vaso de plástico que me ofrecieron. Sorprendida, lo cogí entre las manos con una sonrisa. Pero no entendía la situación…
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Me estaban dando a probar el denominado koliva. Para los cristianos ortodoxos es una comida ritual que simboliza la muerte y la resurrección. Esta especie de pastel está hecho con una combinación de diversos ingredientes, tales como: azúcar en polvo, almendras, nueces molidas, semillas de ajonjolí, canela, semillas de granada, uvas pasas, anís, el perejil, etc. koliva suele elaborarse durante el funeral del difunto, a los 40 días del entierro, al tercer mes, sexto mes, noveno mes, al año, e incluso en cada aniversario.

La familia griega con la que me encontré estaba «celebrando» el aniversario del fallecimiento de la patriarca de la familia y con el propósito de rendirle tributo a su alma, su nieta había hecho koliva. Allí es habitual comer esta especie de pastel en el propio cementerio y ofrecérselo a las personas que te encuentras por el camino.

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Una vez que me explicaron dicha tradición, muy agradecida, empecé a comer y resulta que estaba buenísimo. Te dejo la receta (en inglés) por si quieres intentar hacerla en casa.

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Cuanto más viajo, más consciente soy de las diferencias culturales que existen incluso entre países que están a escasa distancia en el mapa. Y si en parte esas diferencias tienen que ver con comida, mejor que mejor…

¿Te gustó esta historia? ¿la compartes conmigo? Muchísimas gracias! 🙂

4 Responses
  1. Raquel

    Muy bonito Patri! Como siempre disfrutando a tope con la lectura, pero date brío que queremos saber de tí. Disfruta!
    Besos desde Madrid
    Raquel

    1. Raquel!!!
      Si es que no me da la vida! Entre el blog, la fotografía, la guía y el hacer cosas propia de mi condición actual como viajera… no doy a basto.
      Prometo reducir la frecuencua de publicación 😉
      Un besito gordo desde Atenas

  2. Alicia

    Gran experiencia. Nunca se sabe dónde nos esperan las mejoras vivencias dentro de un viaje. A mí me pasó algo maravilloso visitando un museo de tortura en España. Quién lo diría!! jajajaja

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